Despertó sobresaltado, como si su último momento de sueño fuera una
vertiginosa caída al vacío. Quedo fuera de la cama en pié, de un salto,
con un grito corto y ahogado. “Algo va a pasar pronto” sufrió un súbito y
punzante dolor de cabeza, luego calma, silencio. Se quedó quieto,
esperándolo; estaba cerca. En un segundo estaba en jeans, remera y
zapatillas; en otro segundo estaba en la calle. Desierta. No había un
alma. El cielo completamente gris, de nubes espesas, parecían a punto de
caer con su propio peso, aun así tenía una calma casi insultante. “No
puede ser un sueño” no recordaba absolutamente nada, pero era real.
Caminó a paso apresurado, ágil, casi en el aire. La avenida del barrio
estaba tranquila, tanto que hasta le pareció ridículo. “¿Estoy soñando?”
Con impotencia se mordió el labio hasta hacerlo sangrar, el dolor era
real; lo que acrecentó su sensación de miseria, estar dormido hubiese
sido lógico, reconfortante, aunque demasiado fácil, demasiado simple.
Frenó en la esquina y miró a su alrededor. Una pareja de
preadolescentes, con atuendos de color llamativo pasaron riendo en voz
alta. La joven, de unos 16 años, con una remera rosa y un short
microscópico paseaba de la mano de un joven alto con una de esas gorras
gigantes, debajo de ella un pañuelo rojo, con esa modalidad gánster de
preescolar. En su galope despreocupado de felicidad juvenil, casi lo
embisten y poco faltó para que lo tiraran al suelo; no contentos con
esto, los jóvenes le dedicaron una mirada fulminante como si él fuese
culpable (aunque quizás lo fuera).
Su estómago comenzó a moverse
con violencia, se encorvó de dolor y casi cayo de rodillas al suelo.
“Tengo que tomar el tren” recordó súbitamente, se incorporó y
sumamente dolorido se dirigió a la estación. Pasó sin pagar, tuvo
suerte, no había traído con él la tarjeta magnética o siquiera algo de
efectivo. Miró el horario en la pantalla que estaba sobre su cabeza y
con alivio comprobó que en un minuto el llegaría el transporte. No
recordaba porque tenía que tomarse ese tren, solo sabía que tenía que
llegar a la terminal lo antes posible. Camino por la estación pensando,
intentando recordar algo. ¿Qué sabía? Que algo horrible iba a pasar,
mucha gente iba a morir. ¿Cómo lo sabía? El dolor en su cabeza volvió
con más violencia que antes ¿Fue un sueño? No recordaba nada. El vagón
llegó silenciosamente, despertándolo de su ensimismamiento. Con una
paciencia que no era de él, espero que se detenga, se abran las puertas y
la gente baje, luego de esto se deslizó hasta el primer asiento vacío
que tuvo a su alcance.
Por su frente y espalda
corría un sudor frío, el fuerte aire acondicionado del tren lo castigó
sin piedad, casi comenzó a tiritar, algo en su estómago se revolvía con
violencia y amenazaba con salirse. “ Mierda! Memoria! ¿qué paso ayer?” A
la tarde estuvo en lo del negro recordó, jugaron un truco y tomaron
unos mates, al llegar Micaela, la novia del negro, se quedó unos
momentos más y se fue con una excusa improvisada, esa mina nunca le cayó
bien, con su voz insufrible, como arañar un pizarrón y su humor digno
de un profesor de matemática.
Recordó haber hecho
el mismo camino de siempre, bajarse en la estación de siempre, caminar
las cuadras de siempre, en sumatoria, todo igual “No!” se dijo a sí
mismo; “todo igual no” el tren aminoró la marcha, se estaban acercando a
la terminal. Cuando, súbitamente recordó todo. Entró a su casa como
siempre, solo que esta vez fue ferozmente golpeado de espaldas y dejado
semi inconciente. Unas manos invisibles lo arrastraron por su casa, lo
desvistieron y arrojaron sobre la mesa del comedor donde fue atado
firmememente. Unas luces fuertes se encendieron de la nada y
encandilaron sus ojos, de fondo se escuchaba una música extraña y sus
verdugos hablaban una lengua que él no comprendía, supuso que estaba
drogado; le habían aplicado varias inyecciones y su conciencia comenzaba
a escurrirse entre sus dedos, la luz lo enceguecía y la música parecía
entrar directo a su cabeza. Sus ejecutores conversaban animadamente
mientras trabajaban sobre él, sintió manos curiosas recorriendo su
abdomen y torax. Sintió sin sentir como cortaban su estómago, luego
observo sin pánico ni conocimiento, como agarraban lo que parecía una
botella pequeña de agua con un smpartphone adherido con cinta adhesiva y
recordó, súbitamente recordó.
El tren llegó calmadamente
al fin del recorrido, la explosión acabo con todos en la terminal, al
otro día los forenses recorrían el lugar del hecho; intentando no
alterar la escena, en una confusa masa de restos mezclados, sin
encontrar el origen de la explosión, había residuos de explosivo
plástico impregnados por todos lados, “Esto es una mierda!” Grito el
comisario y pisó un SmartPhone con restos de cinta abandonado.. Llegaron
a la conclusión de que un hombre se había inmolado por voluntad propia,
que equivocados estaban.
Delicioso. Me llevas de la mano dentro de tan dinámico relato.
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